domingo, 13 de mayo de 2012

A veces decimos adiós


Creo que llegó el momento del adiós.
Las despedidas nunca me han gustado, me sabían a muerte. Siempre rondaron por mi cabeza las sombras de la esta señora que, ustedes saben, nadie la ha visto con cara de mujer. Mi mayor temor era que mi padre muriera, o mi madre. Un día me llamaron por teléfono; esa mañana tenía muchas ganas de quedarme en la cama y mi celular estaba sin batería. Una idea, entonces, me atacó y me hizo levantar para conectar el teléfono. ¿Qué idea? Que ese mismo teléfono sonaría para decirme que mi padre o mi hermano había muerto. Pasaron unas horas y, efectivamente, el celular sonó. Era mi madre que me llamaba para avisarme que Lucas había tenido un accidente en su moto. 16 días después él murió.
Desde ese momento no le temo a las despedidas. A fuerza de buscar una razón para vivir, para sobrevivir, necesité creer en la “vida” de la muerte y, sin inventar nada, adherí a la lógica de los ciclos: uno se cierra pero las cosas han de continuar. Metáforas como estas ya me sé decenas. Mi psicóloga me dijo una que me gustó mucho. Se refería también a mi pasión por los cactus: Cuando se muere una planta, me decía, uno ya no se ocupa más de ella. Mas, se dispone a reutilizar la tierra y la maceta, y concentra su energía en las plantas que aún están vivas.
Algunos ciclos se han cerrado. Y aunque no he visto abrirse la puerta de alguno más no puedo decir que no me encuentre en ningún otro nuevo.
La historia ha vuelto a comenzar desde octubre. Una tarde extraña, lluviosa, volvíamos a mi casa sólo ya tres integrantes. Los días fueron pasando y sin querer atravesamos Navidad y luego Año Nuevo. Estábamos sobre el verano. Cada día se llora menos. Yo conocí un chico y dejé de verlo demasiado pronto. Fue una de esas personas que si se te cruzan en la vida tendrás que hacer todo para no perderlas, al menos deberás mantener a raya tu pulsión por la histeria. Bueno, yo esto último no lo sabía; he ganado la amarga experiencia. Mi vida sexual-sentimental terminó allí, por febrero.
No ha pasado mucho más, al menos nada comparable a un funeral.
Si alguna vez abandoné mis estudios, he vuelto sobre mis palabras para retomarlos, aunque me encuentre en una lucha continua. Y realmente no hay mucho más; la pasión, el pecado, la locura y el exceso se han tomado largas vacaciones en mi vada.
He dejado de escribir tanto como de leer. Y mientras me acecha ahora la curiosidad por la fotografía. Otras artes, en mi cabeza, tampoco me son desdeñables.
Así que diré adiós, que puede sonar a un “hasta luego”, que realmente no me preocupa. Sin más, necesito agradecer a quienes he conocido, a quienes me han hecho pensar. Ha sido una experiencia maravillosa. Conservaré mi cuenta de Google. Gracias.

martes, 28 de febrero de 2012

Qué título le pongo a otra entrada sobre hombres?

Es así. ‘A’, con el que estaba todo ok, me dice un día que no quiere verme más; por ahí, quizás, amigos. “No”, le digo, “no cojo con mis amigos”.

En pocos días más me eliminó del FB y yo, como mariquita resentida, lo bloqueé.

Pero ayer corrí la de Damocles de su espalda y lo volví a admitir. ¿PARA QUÉ? ¡¡¡NOSE!!! Pasa que desde ese día que no volvimos a hablar no dejé de pensar en él. Yo sé perfectamente que no estoy preparado para una relación

a) porque no la voy a sostener en el tiempo, no puedo ni quiero.

b) Porque otras cosas me distraen. Y si la hacemos, la hacemos bien. Es decir, no tengo tiempo, y soy tan bueno, no quiero hacerte sufrir.

En vista de esta realidad, me obstino fantaseando volver a verlo, que se desdiga de sus palabras, que mintió para autopreservarse, que realmente me quiere… OJO GUSTAVO, ¿por qué seguir? Porque sí carajo, es mi naturaleza negativa.

...

Estuve pensando en publicar un mensaje en FB. Aún no decido no hacerlo. No decido nada. Sería algo así:

Si podees leer esto, quiero decir que me arrepiento de mi actitud para con vos. Todavía tengo la excusa de verte y entregarte tu (objeto que me prestó), pero me dije que no te volvería a molestar. Pero que va, ¿hay algo que quisiera más? Te extraño, no te miento.

martes, 10 de enero de 2012

Todo nuevo bajo el sol

La semana pasada fuimos, con mis amigos, a la playa gay friendly y conocimos a unos chicos –maduritos- de Buenos Aires, tres amigos. Dos son feos. Pero charlamos largo rato y nos despedimos con un “nos vemos”.

Este fin de semana fuimos, otra vez con mis amigos, a bailar. La pasamos -al menos quien escribe- tan bien como pocas veces. Tuvimos un show de transformistas que yo no conocía, y aún me río de un sketch en particular, que fue tremendo. A mitad del show nos encontramos con los “bitch boys”, así apodé a los muchachos de la gay friendly, ya que necesitamos un calificativo para referirnos a ellos, porque los nombramos con frecuencia. Son “R”, “A”, y “G”. “G” es el más chico pero parece el más viejo. Es el que menos habó y casi no conocemos nada de él. El mayorcito es A, que parece apenas treintañero y está bárbaro, obviamente es el más lindo, y como diría mi amigo: la tiene re clara. Ni hablar de cómo baila, tan sensual, tan sexual. En el boliche, “A” se hizo el pelotudo y no perdió oportunidad para tirarme onda, agarrarme de la cintura e intentar alcoholizarme. Pero como ya quedamos con mi amigo que este año dejo de dar “planes sociales” (haciendo analogía política… una suerte de asistencialismo a los más necesitados, que vendrían a ser los chicos más feos, según él), necesariamente tuve que esquivar cualquier señal de suya. No es maldad, pero me produce rechazo el poco cuidado de su aspecto.

Pasando las horas el ambiente mejoraba, la música era como me gusta y la pista se despejaba. Un rato antes, dando una vuelta por ese sótano que es el boliche, pude ver a un “chiquitín” que me llamó la atención y que luego individualicé muy cerca mío. Fue la primera vez que “levanté” a alguien en un boliche. Primero lo mire de arriba abajo, asegurándome que viera esto que estaba haciendo. Y ahí empezó el juego de miradas y sonrisas. Ya cuando se puso bien cerca inventé una excusa que hasta a mi me pareció muy tonta: le pregunté si se llamaba “M”… porque conocía a un tal “M” que era muy lindo. Bueno, con esto quedó más que encantado y minutos más tarde estábamos besándonos.

Me sedujo tanto que pareciera de 23, 24 quizás, y que tuviera en realidad 29. Y que fuera médico (las profesiones son, para mi, un salto cuántico). Me dije: “¡otra vez!”, cuando me hizo saber que era de Buenos Aires.

Se llama “J”, es medio petiso, asumo que su afección insinúa su rol (otro indicio fue la manera en la que escrutaba mi cuerpo, en especial mis bíceps), una sonrisa hermosa, vocecita tierna y una forma de besar que hasta ese momento no conocía: me tomaba como por arrebato, pero los besos eran breves, incluso indecisos. Me dijo, con elocuencia única, que le parecía hermoso, muy lindo, y fue la primera vez que pensé que por ahí, efectivamente, lo soy. También me dijo que estaba sorprendido de que el chico más lindo de la pista (yo) le diera bola. Dijo otras cosas más, pero esto, en particular, me resultó creíble. Casi terminando la noche me pidió que volviera al día siguiente… y eso hice.

Como él estaría con sus amigos, no me dedicaría tiempo exclusivo. Y esto era para mi un problema, puesto que yo iría solo. Convine, entonces, llegar algo más tarde, y aproveché para quedar con un chico que había conocido en la semana por el chat local. Otro que después de verme por webcam también me repitió que era muy lindo y bla bla. Entonces fui a la casa de este muchacho, que no es feo, pero que de seguro a mi amigo no le gustará. Se llama “A2”, 25 y vive solo. Se lo ve maduro y bastante autosuficiente, en el buen sentido.

Yo sabía qué era lo que podía pasar. Me dijo que me invitaría un baso con agua (no toma alcohol) y que a cambio yo debería pagar un “peaje”. Terminamos teniendo sexo. Yo, hiper exhausto, él, semienamorado. Con mucha gentileza me dejó bañarme y de ahí me fui al boliche.

Rápido me encontré con “J”; nos dispusimos a cruzar unas palabras cuando me crucé al autor del abandonado blog amigo Sal de allí, con el que hicimos algunas migas virtuales en estos años (su pareja es transformista y trabaja en este boliche marplatense, por temporada). “J” desapareció, y media hora después decidí ir a buscarlo.

No paso mucho más de esa forma extraña de besar. Acaso si me incomodé por no poder hablar de algo. Intuí que no había tomado sólo alcohol, pues tardaba mucho en responder, o a veces no lo hacía, sólo me miraba y reía. Luego me dejó solo para volver con sus amigos. Sentado, tan cansado estaba, me distraje mirando a “R”, uno de los “bitch boys”, que de pronto me reconoció y con cara de sorpresa se acercó:

-Qué haces acá, solito?

-Me dejaron solito.

-Venite, estoy con los chicos-. Y fui a pasar el rato con ellos

Más tarde, “A” me confesaba que ya me habían visto “acompañado” y por eso no se habían acercado.

Por un instante llegué a sentirme realmente saturado de todo, de la gente, de la música, de esa extraña situación, con porteños que había visto dos veces, a caso algo más de una hora. Y decidí terminar, irme. Saludé a todos y busqué a “J” para despedirme. Algo me dijo que tampoco él tenía tantas ganas de todo eso. Pero, muy gentil, me acompañó hasta la puerta y retrazó mi huida, con más de esos extraños besos, pidiéndome que si iba a Buenos Aires lo fuera a visitar.

Siento todas estas situaciones tan extrañas, tan ajenas a mi. Y es que lo son, por mucho que mi consiente y su pariente “el tonto” lo hayan deseado. Y por fin se me da, conocer a alguien que termina con mi mayor abstinencia desde mi inicio sexual y que me promete encuentros regulares sin compromiso; ligar con el chico más lindo del boliche; sentirme efectivamente lindo. Estos tres o cuatro días todo ha sido vértigo en mi vida (omito otras historias aburridas), yo, que siempre pedí que mi existencia no fuera tan aburrida. Digo, estoy conforme, no feliz ni alegre, conforme. Pero me falta algo, que viene de más profundo, y tiene que ver con mis padres. Ellos nunca se enteraron de nada. No tendrían que haberse enterado, pero ni preguntaron si saldría, si volvería o no, si porque estaba contento o qué me pasaba. Tener tanto que decir y que a nadie le importe. Ese es el dejo amargo de todo mi recuerdo