jueves, 4 de septiembre de 2008

La debacle heterosexual

Heteros del mundo: ni sois tan vírgenes, ni sois tan castos, ni sois tan 'gentlemen' como anuncian vuestros susurros de fidelidad eterna. Tenéis la mente igual de sucia que los gays, pero nosotros, que somos muy sufridos, hemos decidido cargar con la fama de putas –yo llevo mi cruz de ramera con la barbilla muy alta y la honra muy limpia–. Es hora de aparcar el romanticismo de saldo y esquina -saludos, mister Sabina-. Y de asumir, de una vez por todas, vuestro genoma de perversión.
Como soy un genio generoso, compartiré mi teoría de los 'gays-heteros-comunicantes' con el universo universal. No copuláis tanto como el sector homosexual por una razón aplastante: porque no compartís urinario con señoritas con pechos como frutas del tiempo y piernas como enredaderas. Si así fuera, iríais todo el día con las ballestas en alto, las comisuras rebosantes de babas y la mirada atolondrada por el deseo.
Que es, por otra parte, lo que nos suele pasar a nosotros. Porque volverán las oscuras golondrinas, ladrarán los gays de vida monacal y me lloverán los palos de bloguero maldito... pero la mayoría de homosexuales la tenemos más tiempo dentro que fuera. Esto es así, aunque escueza y perfore millones de conciencias, y punto. (Y yo no tengo la culpa, como tampoco fui el encargado de soltar la bombita de turno sobre Hiroshima).
Cambiemos, y esto es un suponer, los pechos como frutas de vuestra señorita imaginaria por unos bíceps de cincelado renacentista. Y sus piernas como enredaderas por una mandíbula diseñada para el pecado, una espalda ascendente y palpitante y, muy importante, la predisposición genética de acostarse contigo tras un simple guiño de pestañas. Pues yo tengo que lidiar en esta plaza desde que, allá por los 13, mi escroto empezó a hacer bulto bajo la cremallera.
El sistema, o la sociedad, o vaya usted a saber qué mente maliciosa me pone gays-trampa a cada paso: en el metro, en el urinario vecino, en la acera de enfrente, en la moto que apura el semáforo... Y caigo.

¿Ustedes no caerían, amigos heteros, en las peligrosas redes de su despampanante compañera de retrete? Sí, sí y mil veces sí. Pero la vida es muy injusta, y en vez de aficionadas al sexo exprés tenéis que bregar con hembras difíciles y, en muchos casos, torturadoras. Traducción: la clave no reside en que los gays seamos muy frescos, sino en que en las mujeres son muy complicadas.
Como no os basta un chasquido con los dedos para meterlas en vuestra cama, habéis desarrollado unas estrategias de ligue tan rudimentarias como ridículas. Suelo alternar con amigos heterosexuales, y me caigo de bruces cada vez que veo los trompicones de su cortejo empapado en alcohol.
Acarician los 30 y siempre escenifican el mismo vodevil: que si 'hazme la cobertura con la amiga fea', que si 'bailo como si fuera un bufón de la corte para hacerme el payaso', que si 'me pongo la corbata en la cabeza en la boda de mi prima', que si 'la llevo en mi supercoche a 180 km/h', que si 'soy agente financiero en una multinacional japonesa'...
Ante este panorama desolador, existen dos finales posibles:
a) la tía es muy fea y, milagro, todo acaba en cópula
b) debacle absoluta y, en consecuencia, una nueva noche de autosatisfacción manual.
Moraleja: aunque os repugne, no somos tan distintos. Compartimos genética, nos afeitamos la barba y sufrimos las mismas pulsiones entre las piernas. La única diferencia es nuestro 'público objetivo'. Y, al fin y al cabo, no vamos a llevarnos mal por 20 centímetros de nada, ¿no os parece?