sábado, 9 de mayo de 2009

Post de lectura

Advertencia: me desubiqué, y escribí más de lo que debía. Les prometo aburrirlos. Advertidos.

Este post iba a hablar de otra cosa, de mi obsesión por los libros. Porque me encanta leer, pero más me gusta tener libros. Compro muchos, más de los que puedo "usar", o simplemente pido que me los regalen, solo para tenerlos. Pienso, engañándome, que la oportunidad de poseerlos es única e irrepetible, y sucumbo a la tentación. Debo estar cerca de los 150, todos en mi habitación, de los cuales no llegué a leer ni la mitad. Es una compulsión detestable, que tiene la virtud de dejarme en el camino (mi biblioteca) sus secuelas: los libros (verán que tampoco me quejo demasiado). En fin, la idea primaria de este post era otra. La había pensado ayer, a la noche. Para hoy, más exactamente, para cuando me senté a escribir y copiar la cambié. Cuento un poquito.

Ayer fui a la facu. La clase empezaba a las 8. Me levanté a las 7.45. Gracias a dios me llevaba mi padre. Llegué bien, aunque dormido y con tal humor... en el apuro no pude ni comer una galletita.

A las 10 am la clase se extendía, y yo no daba para más. Todavía me aguardaban dos horas. Pero decidí irme. Fui a hacer unos trámites a la obra social y después a casita. Como el día estaba lindo me dije que sería agradable volver caminando (...ya sé que 50 cuadras son mucho, pero les juro que no las padezco tanto). Volví por otras calles, no las de siempre. A mitad de camino me crucé con el tradicional mercado de pulgas, que se monta en una plaza, territorio de lesbianas, todo al aire libre. El mercado a esa hora de la mañana era más pobre de lo que suele ser el mercado mismo. Pero como hacía tiempo que no chusmeaba me metí igual. Me fui directo a los libros. Eran pocos, y había mucha porquería. Ya terminando, entre la ganga encontré uno medio feo... no debía estar así; menos si se trataba de La crítica de las armas, de José Pablo Feinmann. A quien adoro. ¿Que quién es? Bueno, no todos deben saberlo: polémico siempre, JPF es filósofo, escritor, ensayista. Sus ensayos son filosóficos, y como filósofo es buen escritor... Suena bien, ¿no? Igual no es lo que quiero decir: JPF es muy buen filósofo, y un gran ensayista. Me encanta leer sus textos sobre filosofía y ensayos. Aún así más me gustan sus cuentos y novelas. De él solo tengo 8 libros (no leí todos), y colecciono unos cursos de filosofía política que aparecen en Página/12 todos los domingos, desde hace año y medio.

A JPF se lo odia o se lo ama. Yo elijo amarlo. No estoy de acuerdo con todo lo que dice y opina (como por ejemplo sus críticas ciegas a pícaro del vice Cobos), pero sí con la gran mayoría. En fin. Entre mis ocho libros, ninguno era el que ahora estaba esperando mi rescate. Se trata de una edición del diario que ya mencioné, barata, algo mala y de baja calidad, que ya tenía 2 años. Pregunté el precio: $10, el mismo de un libro nuevo que pueda sacar el diario hoy. Aún así, sabiendo como aumentaron las cosas desde el '07, esa edición estaba barata. Y no lo pensé dos veces. Me lo llevé. Viajamos todo el camino juntos; no lo guardé en mi mochila, lo llevé en mi mano, como un trofeo que debía ser exhibido. Esa misma tarde lo empecé. Dejé de lado mis apuntes, mi otro libro empezado, Escritos imprudentes (también de JPF). Y me sorprendió. Ya estoy por la mitad, lo que significa que me atrapó. No lo voy a negar: escriba lo que escriba, él lo hace bien.

Crítica de las armas trata de un hombre, Pablo Epstein, que tiene a su madre en un Geriátrico, a la que va a visitar en el Día de la Madre. Su relación con ella es dura. Su vida y su forma de pensar también lo es. El libro es un monólogo que tiene con ella, la madre, a la que decide matar. Debería escribir este post al terminar de leer el libro, pero no me resisto. No sé si la matará como se mata un insecto, o la matará en otro sentido. Hacia ese final me precipito. Y juro no se los voy a contar. Lo que si puedo es darles unos pasajes que ya amo, sencillamente geniales. (Dios, este post ya se ha ido al mismísimo demonio. Si alguien lo lee todo, sinceramente, que firme y ponga “Yo sí lo leí”). Solo una cosa antes de seguir: Juan escribe en 2001, y habla del proceso del '70 en adelante.

1976. A Pablo Epstein le extirparon un cáncer testicular. Ahora debe someterse a rayos, aunque al principio se niegue porque le han dicho que su tumor era benigno. Maravillosa metáfora de la justificación de la derecha golpista en el -futuro- exterminio de la guerrilla en Tucumán (al menos lo que interpreto) (pp. 24-25):

Señor Epstein, no soy nazi. No me gustan los judíos, pero eso no tiene nada que ver con mi eficacia curativa, y es mi eficacia curativa la que usted requiere, no mi amor o mi odio por la raza de los perseguidos. Vea, si alguien le vendió esa piadosa versión del tumor benigno, la culpa no es mía. Un tumor está compuesto por células. Ahora bien, escúcheme, yo no le vi la cara a sus células. No sé si tenían bigote, barba, si tenían patillas o eran calvas. Sé que habían tenido un crecimiento anormal, y eso me lleva a desconfiar de ellas. No eran buenas células, señor Epstein. Las buenas células no crecen anormalmente, todo lo que en un cuerpo es anormal tiene que ver con la enfermedad, y la enfermedad, siempre, tiene que ver con la muerte, de aquí que tengamos que atacarla sin piedad, con todos los elementos que tengamos. Yo tengo los rayos, las radiaciones. Tengo las radiaciones y tengo su cuerpo y tengo, también, algo más, una misión, un deber: impedir que alguna de esas células que habitaron su tumor quede con vida, se escape, se fugue y se instale en otro lado, eso, señor Epstein, se llama metástasis, y las células de un tumor de testículo tienen el mal hábito, la pésima costumbre de fugarse hacia el pulmón, y cuando eso ocurre, señor Epstein, cuando un tumor de testículo hace metástasis en el pulmón ya no hay radiaciones que lo salven a uno, y uno, aquí, es usted, no yo, por eso soy yo el que lo va a agredir, el que va a agredir su cuerpo con todas las radiaciones que éste pueda tolerar, porque, mi amigo, cuantos más rayos menos células, cuanto menos células menos riesgos, de modo, señor mío, que me propongo, sencillamente, cocinarlo, calcinarlo, achicharrarlo, pero salvarle la vida, porque si una, una sola de esas células se nos escapa, se nos fuga, usted se muere, y ya no va a gastar plata en las radiaciones del doctor Di Rizzio, sino en su velatorio y en su entierro, no le dé vuelta la cara a la desgracia, tiene un testículo menos y eso ya es terrible, pero además tiene posibles células enfermas navegando por sus arterias, y yo vengo a matárselas, y yo le voy a dar radiaciones durante seis meses y dos días, una por día, una cada día, sesenta y cuatro radiaciones, señor Epstein, y usted se va a poner flaco y pálido y va a vomitar mucho, no en seguida, pero a la décima sesión de rayos va a vomitar, aunque ahora piense yo no, yo no voy a vomitar, a mi eso no me puede ocurrir, señor Epstein, tampoco le iba a ocurrir tener un tumor en un testículo, ¿recuerda?, vivimos negando las cosas que nos pueden ocurrir, pero, al final, nos ocurren, de modo que olvídese: va a vomitar, y va a comer muchas manzanas, y va a tomar Reliveran y Dramamine, y algo lo van a mejorar, pero no mucho, y después, un buen día, ya no va a vomitar más, y otro buen día se habrán terminado las radiaciones, y todos los meses, o no, no todos los meses sino cada quince días, se me va a hacer un chequeo completo, sangre y sobre todo placa de tórax, Epstein, porque si algo aparece aparecerá ahí, donde le dije, en el pulmón, pero si no aparece, si atravesamos este año de 1976 y nada aparece, le juro, y esto sí se lo juro, es medicina verdad, créame, si nada aparece y llegamos a marzo de 1977, ahí, señor Epstein, brindaremos con champagne, porque usted se habrá salvado, habrá atravesado este año terrible, habrá vencido las estadísticas del miedo, ésas que dicen que usted, usted amigo Epstein, tiene un 90% de posibilidades de curación y un 10% de posibilidades de no curación, es decir, seré, como siempre, franco, de morirse, pero un 90% es mucho y un 10% es poco, de modo que, confiemos, amigo Epstein, todo irá bien, ninguna célula fugitiva se nos figará, sus pulmones llegarán intactos a marzo del año que viene y ahí, insisto, ahí, usted y yo, vamos a brindar con champagne, ¿estamos?

Otra. Pablo tenía una tía que cambiaba de marido todos los años. Todas las Navidades Pablo tenía “tío nuevo”. Dice Pablo, no es bueno escribiendo poemas pero escribió uno para su tía Rosa (pp. 88):

Tía Rosa era la más vieja y las más puta de mis tías
por lo que sabrán ustedes que todas mis tías
eran viejas y eran putas
pero menos viejas y menos putas que Tía Rosa
que les ganó a todas y trajinó tanto que se fue lejos
a descansar de esa incesante tarea que la había agobiado
la de ser tan puta, la de ser tan vieja
con que se fue y a todos dijo que a descansar y todos supieron
de qué
de haber sido tan vieja y tan puta que tenía ahora que reposar
conque se fue lejos para hacerlo sola
sin nadie que la viera ni le preguntara inconveniencias
si seguía por ejemplo siendo lo que había sido
tan vieja y tan puta
algo que no dejó de ser porque envejeció y fue más vieja
y se entreveró con todos los jóvenes y los viejos del lugar
y fue más puta y tanto insistió en ser lo que había sido
que se murió de tanto ser vieja y se fue al Infierno
de tanto ser puta.

La última. Pablo Epstein es judío por padre, católico por madre. El no quiere ser judío, no le interesa. Pero no le alcanzó la “ley de vientres” para ser católico: lleva así un apellido y a la vez no su prepucio. No es ni una cosa ni la otra. Por ser judío sin quererlo, o católico a medias, Pablo Epstein sufrió toda su vida (pp. 91-92):

A Ernesto Guevara le gustaba hablar sobre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas de la revolución. Apliquemos el esquema a la cuestión del judaísmo. Yo no soy judío ni católico, éstas son mis condiciones subjetivas. Soy muchas cosas, he sido muchas cosas: hegueliano, marxista, althusseriano, peronista de izquierda, arquero, hijo, padre, y hasta, a partir de los ochenta, postestructuralista. Sobre todo traté, a lo largo de mi vida, de ser un escritor y, en alguna medida, un filósofo. Son mis condiciones subjetivas. Pero me llamo Epstein, estoy circuncidado y de Auschwitz no habría salido vivo. Soy judío porque el Otro me hace judío. Soy judío porque el antisemita hace existir mi judaísmo. Son mis condiciones objetivas.