lunes, 18 de mayo de 2009

Creo que me he enamorado

Me gustaría saber qué es lo que están pensando en este momento a partir de la sola lectura del título del este post. Y que pensarían ahora, si les dijera que no hablo de Gabo, mi novio. Que pensarán ahora si les adelanto algo más de lo que voy a contar abajo: la historia viene a cuento de haber visto a Leandro, mi (único) amigo gay, que me llevó a su departamento, en un piso 18, con vista de Mar del Plata toda, y que estuvimos casi solos, hablando...

Pues esto es verdad, a excepción de la vista de toda la ciudad. Apenas se ve la playa y un poquito del mar... pero bien a lo lejos pude ver muchos árboles, que conjeturo serán del bosque Peralta Ramos. No me animé a espiar por las ventanas del baño ni del lavadero, que daban a otra dirección que la del living.

La cosa es que sí, me enamoré. Después de no saber nada de él, un día me dijo que se había mudado.

Leandro tiene 24, cree que tiene muchos más (es de esos que son tan maduros que se pasan, como las manzanas), es profesor de Geografía desde hace dos años (sorprendente, ¿verdad?), y muy exitoso. En todos sentidos: le va muy bien en su trabajo, con su familia, en su vida social. Miento, en todos los sentidos, no; hace tiempo que su corazón no tiene dueño (¿lo tendrá ahora con esta nueva persona de la que me habló?), y es algo que no lo incomoda en demasía, pues dice estar pasando por su mejor momento. Yo le dije que se sentía ocupado, con su cabeza puesta en un montón de lugares, que no tenía tiempo para pensar en aquello que le faltaba, y que no se engañara. Me dijo que podía ser, pero tampoco lo vi muy convencido. En fin; parece que es feliz.

Entre otras cosas, me contó que estaba alquilando un departamento con una amiga, que estaba contento, que lo fuera a visitar. Y fui. Como me conozco toda Mar del Plata (...), confundí la calle que me indicó con otra que no empezaba ni con la misma letra (“¿dónde mier%a queda? ¿No me digas que vive en el banco...? ¿Será que vive en los departamentos de arriba del banco? Que pelot%do que soy, son oficinas...”). Algo agobiado llegué a destino, y dudé mucho (mucho) en averiguar en la reunión de botoncitos del portero eléctrico, cuál sería el 18 “x”. Llamé. Y me atendió. Es notorio como ese portero feminiza (de manera alevosa) la voz de mi amigo. Muchos me dijeron que “se le nota”, pero... ¿será para tanto, así como indica el portero? A veces uno elige engañarse.

Con voz de p... me empezó a hablar como si tal cosa, como si estuviéramos en un café. Yo no sabía que hacer, si responderle o preguntarle si me tenía que quedar ahí. Hasta que me dijo que lo esperara, que se acababa de bañar, que se estaba poniendo las medias (me dijo eso). Yo esperé.

Después de un rato llegó. Ahí estaba; hacía tiempo no lo veía. Estaba igual. Ahora me trataba de usted (algo que no me gusta mucho), y ya en el departamento me decía hijo: una actitud paternalista que me irrita mucho, más con quien puede ser mi hermano dos años mayor.

Pasé al hall del edificio, y subimos por ascensor. Le pregunté si no usaba la escalera... me dijo, como buen profesor, haciendo de profesor, que estábamos yendo al piso 18, que si quería subiera yo por la escalera.

Llegamos al piso, y fuimos a la puerta. Y ahí fue cuando sucedió. Me recibió con un sahumerio riquísimo, y su primera dependencia en absoluto orden. Esta casa suya (los ingleses dicen home; mi equivalente siempre es casa) estaba limpia, con muebles y objetos en perfecto orden y cantidad. El ventanal que daba vida a ese living era enorme, y juro por dios que nunca vi un lugar tan iluminado. Si bien es verdad que no frecuento muchos departamentos, y que sería ingrato con la casa de mis padres, esto era especial. Imaginen el pecado de Leandro de tener la persiana de su habitación baja; imaginen la cocina, un rectángulo iluminado de lado a lado por el sol de la tarde. Quizás las ganas, el deseo que llevó desde tiempo de independizarme, hicieron que por días no dejara de pensar en Leandro, en su departamento, del que me he enamorado. Ya no tiene importancia que les cuente de esa amiga a la que dice “mi señora” (ella le dice “marido”), ni de su relación casi melosa (yo les dije que parecían recién enamorados), ni de sus royos y enrollos nuevos. No tiene sentido que ahora les hable del particular Leandro, que nunca leerá este blog, de su particular vida, de su particular sex appeal con los hombres lindo, de su particular gusto de hombres feos. Yo, por mi parte, estoy embobado, obsesionado con su departamento. Y con ganas de irme a vivir en uno igualito.

sábado, 9 de mayo de 2009

Post de lectura

Advertencia: me desubiqué, y escribí más de lo que debía. Les prometo aburrirlos. Advertidos.

Este post iba a hablar de otra cosa, de mi obsesión por los libros. Porque me encanta leer, pero más me gusta tener libros. Compro muchos, más de los que puedo "usar", o simplemente pido que me los regalen, solo para tenerlos. Pienso, engañándome, que la oportunidad de poseerlos es única e irrepetible, y sucumbo a la tentación. Debo estar cerca de los 150, todos en mi habitación, de los cuales no llegué a leer ni la mitad. Es una compulsión detestable, que tiene la virtud de dejarme en el camino (mi biblioteca) sus secuelas: los libros (verán que tampoco me quejo demasiado). En fin, la idea primaria de este post era otra. La había pensado ayer, a la noche. Para hoy, más exactamente, para cuando me senté a escribir y copiar la cambié. Cuento un poquito.

Ayer fui a la facu. La clase empezaba a las 8. Me levanté a las 7.45. Gracias a dios me llevaba mi padre. Llegué bien, aunque dormido y con tal humor... en el apuro no pude ni comer una galletita.

A las 10 am la clase se extendía, y yo no daba para más. Todavía me aguardaban dos horas. Pero decidí irme. Fui a hacer unos trámites a la obra social y después a casita. Como el día estaba lindo me dije que sería agradable volver caminando (...ya sé que 50 cuadras son mucho, pero les juro que no las padezco tanto). Volví por otras calles, no las de siempre. A mitad de camino me crucé con el tradicional mercado de pulgas, que se monta en una plaza, territorio de lesbianas, todo al aire libre. El mercado a esa hora de la mañana era más pobre de lo que suele ser el mercado mismo. Pero como hacía tiempo que no chusmeaba me metí igual. Me fui directo a los libros. Eran pocos, y había mucha porquería. Ya terminando, entre la ganga encontré uno medio feo... no debía estar así; menos si se trataba de La crítica de las armas, de José Pablo Feinmann. A quien adoro. ¿Que quién es? Bueno, no todos deben saberlo: polémico siempre, JPF es filósofo, escritor, ensayista. Sus ensayos son filosóficos, y como filósofo es buen escritor... Suena bien, ¿no? Igual no es lo que quiero decir: JPF es muy buen filósofo, y un gran ensayista. Me encanta leer sus textos sobre filosofía y ensayos. Aún así más me gustan sus cuentos y novelas. De él solo tengo 8 libros (no leí todos), y colecciono unos cursos de filosofía política que aparecen en Página/12 todos los domingos, desde hace año y medio.

A JPF se lo odia o se lo ama. Yo elijo amarlo. No estoy de acuerdo con todo lo que dice y opina (como por ejemplo sus críticas ciegas a pícaro del vice Cobos), pero sí con la gran mayoría. En fin. Entre mis ocho libros, ninguno era el que ahora estaba esperando mi rescate. Se trata de una edición del diario que ya mencioné, barata, algo mala y de baja calidad, que ya tenía 2 años. Pregunté el precio: $10, el mismo de un libro nuevo que pueda sacar el diario hoy. Aún así, sabiendo como aumentaron las cosas desde el '07, esa edición estaba barata. Y no lo pensé dos veces. Me lo llevé. Viajamos todo el camino juntos; no lo guardé en mi mochila, lo llevé en mi mano, como un trofeo que debía ser exhibido. Esa misma tarde lo empecé. Dejé de lado mis apuntes, mi otro libro empezado, Escritos imprudentes (también de JPF). Y me sorprendió. Ya estoy por la mitad, lo que significa que me atrapó. No lo voy a negar: escriba lo que escriba, él lo hace bien.

Crítica de las armas trata de un hombre, Pablo Epstein, que tiene a su madre en un Geriátrico, a la que va a visitar en el Día de la Madre. Su relación con ella es dura. Su vida y su forma de pensar también lo es. El libro es un monólogo que tiene con ella, la madre, a la que decide matar. Debería escribir este post al terminar de leer el libro, pero no me resisto. No sé si la matará como se mata un insecto, o la matará en otro sentido. Hacia ese final me precipito. Y juro no se los voy a contar. Lo que si puedo es darles unos pasajes que ya amo, sencillamente geniales. (Dios, este post ya se ha ido al mismísimo demonio. Si alguien lo lee todo, sinceramente, que firme y ponga “Yo sí lo leí”). Solo una cosa antes de seguir: Juan escribe en 2001, y habla del proceso del '70 en adelante.

1976. A Pablo Epstein le extirparon un cáncer testicular. Ahora debe someterse a rayos, aunque al principio se niegue porque le han dicho que su tumor era benigno. Maravillosa metáfora de la justificación de la derecha golpista en el -futuro- exterminio de la guerrilla en Tucumán (al menos lo que interpreto) (pp. 24-25):

Señor Epstein, no soy nazi. No me gustan los judíos, pero eso no tiene nada que ver con mi eficacia curativa, y es mi eficacia curativa la que usted requiere, no mi amor o mi odio por la raza de los perseguidos. Vea, si alguien le vendió esa piadosa versión del tumor benigno, la culpa no es mía. Un tumor está compuesto por células. Ahora bien, escúcheme, yo no le vi la cara a sus células. No sé si tenían bigote, barba, si tenían patillas o eran calvas. Sé que habían tenido un crecimiento anormal, y eso me lleva a desconfiar de ellas. No eran buenas células, señor Epstein. Las buenas células no crecen anormalmente, todo lo que en un cuerpo es anormal tiene que ver con la enfermedad, y la enfermedad, siempre, tiene que ver con la muerte, de aquí que tengamos que atacarla sin piedad, con todos los elementos que tengamos. Yo tengo los rayos, las radiaciones. Tengo las radiaciones y tengo su cuerpo y tengo, también, algo más, una misión, un deber: impedir que alguna de esas células que habitaron su tumor quede con vida, se escape, se fugue y se instale en otro lado, eso, señor Epstein, se llama metástasis, y las células de un tumor de testículo tienen el mal hábito, la pésima costumbre de fugarse hacia el pulmón, y cuando eso ocurre, señor Epstein, cuando un tumor de testículo hace metástasis en el pulmón ya no hay radiaciones que lo salven a uno, y uno, aquí, es usted, no yo, por eso soy yo el que lo va a agredir, el que va a agredir su cuerpo con todas las radiaciones que éste pueda tolerar, porque, mi amigo, cuantos más rayos menos células, cuanto menos células menos riesgos, de modo, señor mío, que me propongo, sencillamente, cocinarlo, calcinarlo, achicharrarlo, pero salvarle la vida, porque si una, una sola de esas células se nos escapa, se nos fuga, usted se muere, y ya no va a gastar plata en las radiaciones del doctor Di Rizzio, sino en su velatorio y en su entierro, no le dé vuelta la cara a la desgracia, tiene un testículo menos y eso ya es terrible, pero además tiene posibles células enfermas navegando por sus arterias, y yo vengo a matárselas, y yo le voy a dar radiaciones durante seis meses y dos días, una por día, una cada día, sesenta y cuatro radiaciones, señor Epstein, y usted se va a poner flaco y pálido y va a vomitar mucho, no en seguida, pero a la décima sesión de rayos va a vomitar, aunque ahora piense yo no, yo no voy a vomitar, a mi eso no me puede ocurrir, señor Epstein, tampoco le iba a ocurrir tener un tumor en un testículo, ¿recuerda?, vivimos negando las cosas que nos pueden ocurrir, pero, al final, nos ocurren, de modo que olvídese: va a vomitar, y va a comer muchas manzanas, y va a tomar Reliveran y Dramamine, y algo lo van a mejorar, pero no mucho, y después, un buen día, ya no va a vomitar más, y otro buen día se habrán terminado las radiaciones, y todos los meses, o no, no todos los meses sino cada quince días, se me va a hacer un chequeo completo, sangre y sobre todo placa de tórax, Epstein, porque si algo aparece aparecerá ahí, donde le dije, en el pulmón, pero si no aparece, si atravesamos este año de 1976 y nada aparece, le juro, y esto sí se lo juro, es medicina verdad, créame, si nada aparece y llegamos a marzo de 1977, ahí, señor Epstein, brindaremos con champagne, porque usted se habrá salvado, habrá atravesado este año terrible, habrá vencido las estadísticas del miedo, ésas que dicen que usted, usted amigo Epstein, tiene un 90% de posibilidades de curación y un 10% de posibilidades de no curación, es decir, seré, como siempre, franco, de morirse, pero un 90% es mucho y un 10% es poco, de modo que, confiemos, amigo Epstein, todo irá bien, ninguna célula fugitiva se nos figará, sus pulmones llegarán intactos a marzo del año que viene y ahí, insisto, ahí, usted y yo, vamos a brindar con champagne, ¿estamos?

Otra. Pablo tenía una tía que cambiaba de marido todos los años. Todas las Navidades Pablo tenía “tío nuevo”. Dice Pablo, no es bueno escribiendo poemas pero escribió uno para su tía Rosa (pp. 88):

Tía Rosa era la más vieja y las más puta de mis tías
por lo que sabrán ustedes que todas mis tías
eran viejas y eran putas
pero menos viejas y menos putas que Tía Rosa
que les ganó a todas y trajinó tanto que se fue lejos
a descansar de esa incesante tarea que la había agobiado
la de ser tan puta, la de ser tan vieja
con que se fue y a todos dijo que a descansar y todos supieron
de qué
de haber sido tan vieja y tan puta que tenía ahora que reposar
conque se fue lejos para hacerlo sola
sin nadie que la viera ni le preguntara inconveniencias
si seguía por ejemplo siendo lo que había sido
tan vieja y tan puta
algo que no dejó de ser porque envejeció y fue más vieja
y se entreveró con todos los jóvenes y los viejos del lugar
y fue más puta y tanto insistió en ser lo que había sido
que se murió de tanto ser vieja y se fue al Infierno
de tanto ser puta.

La última. Pablo Epstein es judío por padre, católico por madre. El no quiere ser judío, no le interesa. Pero no le alcanzó la “ley de vientres” para ser católico: lleva así un apellido y a la vez no su prepucio. No es ni una cosa ni la otra. Por ser judío sin quererlo, o católico a medias, Pablo Epstein sufrió toda su vida (pp. 91-92):

A Ernesto Guevara le gustaba hablar sobre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas de la revolución. Apliquemos el esquema a la cuestión del judaísmo. Yo no soy judío ni católico, éstas son mis condiciones subjetivas. Soy muchas cosas, he sido muchas cosas: hegueliano, marxista, althusseriano, peronista de izquierda, arquero, hijo, padre, y hasta, a partir de los ochenta, postestructuralista. Sobre todo traté, a lo largo de mi vida, de ser un escritor y, en alguna medida, un filósofo. Son mis condiciones subjetivas. Pero me llamo Epstein, estoy circuncidado y de Auschwitz no habría salido vivo. Soy judío porque el Otro me hace judío. Soy judío porque el antisemita hace existir mi judaísmo. Son mis condiciones objetivas.

martes, 5 de mayo de 2009

Querido Alberto

Extracto del último mail a mi amigo Alberto.

"En este ir y venir de mails, detesto cuando me mueve una necesidad.

"Tengo un mail a medio terminar, desde hace más de una semana. Pero ya pasó agua bajo el puente y no tiene sentido que te cuente de qué venía.

"No sé cuál será la extensión de este. No sé si tengo apenas ganas de escribir. Voy a tratar de decirte todo lo que quiero.

"Finalmente dejé el trabajo. Había mandado la carta de renuncia tal como Conny me lo indicó. Parece que se había olvidado de lo que me dijo, pues una semana antes de irme me llamó para hablar. Me asusté. Pensé que había descubierto que me porté mal (subiendo la escalera ya armaba excusas). Por suerte no fue así. Conny se había armado todo un discurso halagüeño para pedirme que me quedara, en vez de 6 horas 8. Pero no la dejé calentar la garganta que le dije que no, (muy enfático pero amable y encantador) le dije que mi decisión ya estaba tomada, y un poco dibujando mi decir, que quería irme. Que lástima, me dijo. Porque yo había pensado que bla bla bla. Lo disfruté, eso de dejarla con las ganas, sabiendo que esta vez ella había perdido. Luego le dije que hacía apenas un día había mandado el telegrama de renuncia. Para qué. Su decepción fue mayor, al punto se sentir el aliento de la culpa en mi nuca. Me repuse rápido. Tanto como ella, que no perdió el tiempo y se apuró a decirme que me podía arrepentir (de la carta) y algo así como que si lo hacía ella estaría muy contenta. No Conny, lo lamento pero no. Ya terminando, hizo un último intento, y me preguntó porque no podía/quería seguir trabajando. Y le mentí: le dije que tenía en mente el inicio de otras actividades y demás cosas. Insistió en saber de qué se trataba. Y dije un poco la verdad, entre otras cosas que mi novio estaba enojado porque pasaba poco tiempo con él. Elegí esa respuesta en parte porque era verdad; y por otro lado porque nunca me terminó de quedar en claro si ella lo sabía (eso de ser gay). Verás, querido Alberto, que todavía me encuentro en esa etapa de “¡¡¡SÉPANLO TODOS: SI A MI NO ME JODE A USTEDES MENOS!!!

"Fin de la historia. Me quedan cosas en el tintero, pero ya será hora de abandonar el tema, en mi blog y en mis mails. Tenía planeado postear un cuento. No sé, esta por la mitad. Esta contado en primera persona por una chica que entró a trabajar el día que yo abandonaba la librería. Empezó bien (el cuento), pero no tengo ganas de seguir, y cuando es así soy capaz de inventar mil excusas. Si no lo publico, te adelanto lo que tengo hasta ahora. La idea es que me morí, para Palito, por lo pronto. Es mi forma de irme y terminar como corresponde. La idea de la muerte es muy tentadora. No concibo la vida sin la muerte, y tengo que volver a nacer para retomar las riendas de mi vida. Acá lo que tengo:

"Hola. Mi nombre es Paula, como el libro de Allende, ese tonto en sepia que me mira la nuca cuando atiendo. Entré a trabajar a la librería donde trabajaba Gustavo, el mismo día que murió.

"En el Hospital las demás chicas (aquella que se encontraba en el momento del “accidente” y otra que llegaba a esa hora) aguardaban al médico responsable. Lo llevamos en una ambulancia que esperó frente a la catedral, justo en la peatonal San Martín. Tratando de liberarse de la tensión de la espera, alguna de mis nuevas compañeras intentó un comentario pícaro que no tuvo mucho efecto: “Imaginen la cara de Conny cuando le digamos que tuvimos que pedir una ambulancia”. No entendí aquello de la ambulancia... ¡por Dios, un empleado había sufrido un accidente y ella hacía ese comentario, mientras mis compañeras asentían ausentemente! Pocos días después entendí que lo que realmente incomodó a la dueña fue lo de la ambulancia, no otra cosa.

"No llegué a conocerlo, y la verdad es que no tuve oportunidad de preguntar demasiado por él. Sólo cruzamos algunas palabras en las que nos descubrimos parecidos; fue todo muy rápido, efímero, solo 15 minutos de charla y ya habíamos intercambiado contactos.

"Estábamos incómodas, inquietas, nerviosas. No sé si fue por ese breve encuentro, pero sentía en ese momento que quien estaba en el quirófano era cualquiera menos un desconocido. Yo lo quería y estaba sufriendo por él. En el transcurso de una hora fueron llegando el señor de seguridad, que quedó encargado de cerrar el local (era lo que habíamos decidido arbitrariamente), y Ezequiel, que se encontraba en su día libre, pero se acercó igual de nervioso. Ellos eran un grupo, se conocían, se querían y se contenían. Alguien me vio sola, encerrada en mi pálido horror, y sin mucho preámbulo me incluyeron en ese grupo; sin darme cuenta alguien me abrazó, y pude al fin llorar.

"Recuerdo que me preguntó si ya me habían prevenido. Le dije, entre risas incrédulas, que solo un poco y le pregunté si era para tanto. Gustavo dejó de reír, no porque no tuviera ganas (el caos para él podía llegar a ser motivo de distensión, me dijeron, y ese día, como otros, todo era caos), sino para darle seriedad a su respuesta: Ya vas a ver, me dijo.

"[Acá me falta un párrafo que continúa al anteúltimo, porque es así: uno habla del antes, el siguiente del después, el que le sigue del antes… ¿se nota? ¿O es un mamarracho?]

"Estábamos en la cocina. Yo limpiaba el piso y él me miraba desde la puerta. Escuchamos un ruido fuerte que venía desde la planta baja. Gustavo se asustó, se preocupó, corrió por el pasillo y cayó. Una pila mal ubicada de libros fue a parar sobre su cabeza y esta golpeó con rencor el suelo."

domingo, 3 de mayo de 2009

I'm not dead!

¡No estoy muerto! Aunque me morí. Y ya renací.

Un poco agitado, entendiendo cuando puedo esto de la plenitud, algo totalmente nuevo. En esta semana me pego una vuelta, y retomo mi vida blogeril que, eso sí -tarea ardua que me aguarda- he de revivir.

PD: ¿Que qué tiene que ver la foto? Nada. O todo. Ese soy yo, así de flaco después de 5 años, feliz de la vida, fundiéndome en un beso de loca pasión (¿?) con mi amiga.