lunes, 2 de febrero de 2009

Dando lástima

Aquí me tienen dando lástima de nuevo (¿será ya un vicio?). De todas formas lo tomo con calma: ahora hasta me rio de mí. Paso a contarles bien.

Después de un malo trimestre en la facultad, habiendo tenido que abandonar un mes antes por enfermarme, al 1ro de Diciembre ya me sentía “persona poco útil”. Ganas de trabajar no tenía, pero necesitaba plata para unos gustos tan excéntricos que papá no iba a solventar. Así que comencé la aventura de dejar curriculums en lugares seleccionados. Sería este año el primero con un trabajo como dios manda, si me llamaban.

Pasaron los días, las semanas, el mes... y nada. La primer semana de Enero di por perdida la “Operación búsqueda”, y me resigné a mendigar ingresos menos magros por mis labores hogareñas.

A mediados de Enero sufrí una terrible erupción en uno de mis parpados del ojo derecho. Estaba feo (hasta dejé de “provocar” a los chicos con la mirada para no ser visto a los ojos). Mis anteojos de sol están rotos y resolví darle una pronta solución al problema.

El día que fui al oculista, a la mañana mi ojo experimentaba un nuevo episodio de hinchazón y dolor, solo que esta vez venía del parpado inferior. Antes de salir recibo un llamado: una vos de fémina muy amable me pregunta si había conseguido trabajo este verano, porque querían hacerme una entrevista para una librería. Sin mucho entusiasmo dije que sí, pues la posibilidad de la concreción era para mi escasa, y más que nada porque ya había dado por perdida la temporada.

Ese día el médico me retó por no usar anteojos para leer, y que lo que me aquejaba se debía a eso (ok, aprendí: este mes los compro). Me dieron una pomada prometiéndome que me ayudaría.

Al día siguiente parecía que me habían golpeado... si agrego palabras para describirme quizás no diga tanto.

La entrevista era al día siguiente, y creo que el nerviosismo me empeoró físicamente. Barajé la posibilidad de no ir, pero no tenía más por perder, por lo que desistí de la idea.

Solo media hora antes de la entrevista mejoré un poco.

Entrevista: Llegué con tiempo. Di unas vueltas por ahí aguardando la hora exacta, para dar buena impresión. No sirvió de nada ya que tuve que esperar (y el dueño jamás se enteró).

Después de un tiempo me llama Roberto, el dueño: con cara de pocos amigos dice mi nombre. Paso hacía el otro lado del mostrador y lo saludo de palabra; me responde como si si tal cosa no fuera algo común.

En su oficina me dice que me presente, y yo hago lo mio. Después me pregunta por mi futura carrera, mis expectativas. Luego mi familia, por mis padres, qué hacían. Hasta ahí todo bien.

-¿Y como te llevás con tu hermano?-. Dada la situación de nerviosismo, pensé que si mentía se daría cuenta, por lo que solo atiné a maquillar mi respuesta:

-Bueno, eh..., no tenemos mucha relación; ...digamos, somos muy diferentes, por eso-, me apuré a decir.

-¿Por qué? ¿Se c&gan a trompadas?-. Apa, me dije; si así empezamos... (después pensé que quizás lo dijo por mi ojo hinchado).

-No. Simplemente lo veo poco, y nuestro diálogo es normal, justo.

-Bueno... hablame sobre tu experiencia laboral-. Le cuento lo del mes en un bazar...

-¿Y por qué solo un mes? ¿Te echaron a la mie%da?

A esta altura yo ya no lo podía creer. De todas formas mis respuestas dejaron en claro que de ninguna manera me conduzco así en la calle ni con nadie, que sé ubicarme cuando hablo.

Tuve desde el primer momento la impresión de que esa entrevista fue agresiva, y nadie me va a quitar esa idea. Pensándolo mucho llegué a la conclusión de que se trataba de una estrategia: Roberto quiso ponerme incomodo para ver de qué manera respondía a esa situación. Finalmente me puso más inquieto tomándome una “pruebita”, para ver mis errores ortográficos. Después de preguntarme si sabía escribir (...) me dictó unas cinco palabras; me confundí en una, pero no dijo nada. Me fui algo apabullado, pero con la sensación de haber dado lo mejor, siendo yo.

Para después de la entrevista mi ojo estaba mejor, casi normal, cual ironía del destino.

La llamada: Habiendo entrado en la segunda quincena de Enero no esperé respuesta. Pero un lunes me llamaron. Sin más preámbulo me dijeron que fuera al día siguiente a presentar una documentación, y a que me digan cuando empezaba. Buenísimo.

Me llamaron para el miércoles; ese día firmé un contrato que decía que no era un trabajo de temporada, sino una prueba por tres meses para, posteriormente, quedar todo el año; también firmé un papel más. Comenzaría a la tarde.

Primer día: Llego. Digo mi nombre y “hoy empiezo a trabajar acá”. Paso y me llevan al baño. Me dan una remera ENORME, LARGUÍSIMA, color verde. Bajo al salón y me presentan a Conny (recuerden este nombre). Conny es la esposa del dueño... imaginen lo demás.

Ese día empezaba una chica más, Sol. A los dos nos lleva a un depósito de libros infantiles. Allí íbamos a estar más cómodos, dijo. Pero el mismo estaba abarrotado de cajas, libros y mugre. Al encontrar todo así llama a una de las empleadas: que deje todo lo que estaba haciendo y se ponga a ordenar el lugar. Viajamos al otro extremo de la librería; subiendo escaleras nos lleva a la cocina: allí se presenta “oficialmente” y nos da una serie de instrucciones. Nos asusta también con cosas del tipo: “acá se hace lo que yo diga”, “no me gustan los comentarios de pasillo”, “cuando les diga algo no tienen porque comentarlo con los demás empleados”. En síntesis, nos hizo dar cuenta del lugar que ocupaba ella más que el que ocupábamos nosotros. Para terminar nos recordó lo de la prueba: "Porque si ustedes no andan bien acá no es que no sirvan para trabajar, si no que quizás son para otra cosa... quizás en una lencería...”.

Ese día ordené la mesa de libros infantiles, la misma a la que acuden los padres con sus malcriados vástagos. Los niñitos tocan todo, trasladan muchos metros los libros que le llaman la atención (al grito de ¡Mirá este, Má!), y los dejan donde su razón de infante de 3 años indica. Yo creí haberlo dejado todo en orden, pero al rato llegó Conny y me preguntó qué hice. Le digo que ordené la mesa. Fue este momento el que recibí mi primera llamada de atención. La manera de Conny de hacer entender a los demás cómo se hacen las cosas es explicarlo muy lentamente, casi para que lo entienda un disminuido mental. Así fue como me sentí después de su explicación.

Tercer día: Ya lo había decidido. Renunciaría a la quincena. La razón es que no entendía nada, no recordaba nada, sentía que en cualquier momento me retaría Conny. Pasaba (paso) las 8 horas parado. Y la relación con mis compañeros estaba estancada. Sería a los 15 días, pues quería cobrar algo, y era el periodo máximo que me daban mis amigos para adaptarme: que ya vería, me decían. El único consuelo era ver a Sol (y no es por maldito): la pobre no entendía ni entendió nunca nada.

Primer semana: Pagué derecho de piso. Para ella eso era hacerme sentir mal. Lo que no sabe es que a mi me gusta limpiar. Limpié todo: libros, pisos, vidriera, baño. Creo que se excedió el día que me hizo sacar los chicles pegados de la vereda con una cuchara de albañil: la gente pasaba y murmuraba cosas del tipo: “pobre, por qué le hará hacer eso” mientras yo me deshacía en sudor (esa semana la temperatura fue de más de 30º). Con el tiempo me di cuenta que nadie hacía esas cosas, solo yo, que era hombre, y era nuevo. Terminé adaptándome y hasta ganarme algunas sonrisas de la dueña.

El tiempo fue pasando y ya estoy por cumplir la segunda semana. Le comentaba a un amigo que el panorama había cambiado: por razones externas ya no solo pasé de los 15 días a un mes como máximo plazo, si no que probablemente cumpla con los 3 meses. Sol, la chica que entró conmigo fue despedida por ineficiente, y al comentármelo, me dijo Conny que esperaba que terminara de adaptarme, para poder terminar de integrarme y formar parte del grupo (es decir, superar los 3 meses).

Y así me encuentran. El franco (día libre) me lo pasaron del Lunes a hoy. Apenas me sirvió para descansar.

Conclusión: estoy cansado, pero trabajando cómodo y contento en una librería céntrica. Siempre quise tener contacto con libros (hay varios títulos a los que ya le eché el ojo). Estoy aprendiendo muchas cosas. Sigo evitando a la dueña: quiero que me vea hacer algo siempre y no me diga nada. Le tengo miedo a los clientes que piden cosas raras, que tenemos pero que no se dónde están. Ya me cansé de preguntar todo a mis compañeros: son todos muy buenos conmigo, pero siento que los canso mucho; igual cada día me integro más. Finalmente, no me convence mucho el horario (hay días que salgo a la 1.30 de la madrugada y tengo que entrar a las 9.30 de la mañana; con suerte, esas noches duermo apenas 5 horas. Estoy pensando como voy a hacer cuando empiece la facultad... eso, y ver poco a mi Gabo es lo que me preocupa.

Hubiese querido un post más corto, pero no lo logré. Y no dije muchas cosas, como la obsesión del Feng Shui de Conny: en la puerta hay un hexagrama y al lado de la caja un pequeño altar con animales (también encontré una tortuga negra debajo de un revistero); o lo que pregunta... poco le interesa lo que uno pueda decir. La fórmula es decir a todo “sí”, o “bueno”; a mi todavía me cuesta memorizar los nombres de los chicos... ¡y los chicos! Podría escribir un post entero sobre ellos: somos tres hombres y como 8 chicas... ¿yo?, el gurumín. Supongo que muchas cosas quedarán por ahora en mi cabeza guardadas un tiempo, como un curioso personaje: un hombre muy mayor vestido de lino y sombrero de ala, que me recordó al protagonista de “Memoria de mis putas tristes” que preguntome sobre libros de Kama Sutra, o la desubicada que se puso a gritar porque no la atendíamos a tiempo, a 5' de cerrar... ni hablar del contingente flogger que pedía con desespero marcadores y cartulina para saludar a floggers famosos que venían desde BA.

PD: Tengo un fuerte resfrío por limpiar libros justo debajo del aire acondicionado.