domingo, 27 de enero de 2013
Volver, con la frente marchita
domingo, 13 de mayo de 2012
A veces decimos adiós
martes, 28 de febrero de 2012
Qué título le pongo a otra entrada sobre hombres?
Es así. ‘A’, con el que estaba todo ok, me dice un día que no quiere verme más; por ahí, quizás, amigos. “No”, le digo, “no cojo con mis amigos”.
En pocos días más me eliminó del FB y yo, como mariquita resentida, lo bloqueé.
Pero ayer corrí la de Damocles de su espalda y lo volví a admitir. ¿PARA QUÉ? ¡¡¡NOSE!!! Pasa que desde ese día que no volvimos a hablar no dejé de pensar en él. Yo sé perfectamente que no estoy preparado para una relación
a) porque no la voy a sostener en el tiempo, no puedo ni quiero.
b) Porque otras cosas me distraen. Y si la hacemos, la hacemos bien. Es decir, no tengo tiempo, y soy tan bueno, no quiero hacerte sufrir.
En vista de esta realidad, me obstino fantaseando volver a verlo, que se desdiga de sus palabras, que mintió para autopreservarse, que realmente me quiere… OJO GUSTAVO, ¿por qué seguir? Porque sí carajo, es mi naturaleza negativa.
...
Estuve pensando en publicar un mensaje en FB. Aún no decido no hacerlo. No decido nada. Sería algo así:
Si podees leer esto, quiero decir que me arrepiento de mi actitud para con vos. Todavía tengo la excusa de verte y entregarte tu (objeto que me prestó), pero me dije que no te volvería a molestar. Pero que va, ¿hay algo que quisiera más? Te extraño, no te miento.
martes, 10 de enero de 2012
Todo nuevo bajo el sol
La semana pasada fuimos, con mis amigos, a la playa gay friendly y conocimos a unos chicos –maduritos- de Buenos Aires, tres amigos. Dos son feos. Pero charlamos largo rato y nos despedimos con un “nos vemos”.
Este fin de semana fuimos, otra vez con mis amigos, a bailar. La pasamos -al menos quien escribe- tan bien como pocas veces. Tuvimos un show de transformistas que yo no conocía, y aún me río de un sketch en particular, que fue tremendo. A mitad del show nos encontramos con los “bitch boys”, así apodé a los muchachos de la gay friendly, ya que necesitamos un calificativo para referirnos a ellos, porque los nombramos con frecuencia. Son “R”, “A”, y “G”. “G” es el más chico pero parece el más viejo. Es el que menos habó y casi no conocemos nada de él. El mayorcito es A, que parece apenas treintañero y está bárbaro, obviamente es el más lindo, y como diría mi amigo: la tiene re clara. Ni hablar de cómo baila, tan sensual, tan sexual. En el boliche, “A” se hizo el pelotudo y no perdió oportunidad para tirarme onda, agarrarme de la cintura e intentar alcoholizarme. Pero como ya quedamos con mi amigo que este año dejo de dar “planes sociales” (haciendo analogía política… una suerte de asistencialismo a los más necesitados, que vendrían a ser los chicos más feos, según él), necesariamente tuve que esquivar cualquier señal de suya. No es maldad, pero me produce rechazo el poco cuidado de su aspecto.
Pasando las horas el ambiente mejoraba, la música era como me gusta y la pista se despejaba. Un rato antes, dando una vuelta por ese sótano que es el boliche, pude ver a un “chiquitín” que me llamó la atención y que luego individualicé muy cerca mío. Fue la primera vez que “levanté” a alguien en un boliche. Primero lo mire de arriba abajo, asegurándome que viera esto que estaba haciendo. Y ahí empezó el juego de miradas y sonrisas. Ya cuando se puso bien cerca inventé una excusa que hasta a mi me pareció muy tonta: le pregunté si se llamaba “M”… porque conocía a un tal “M” que era muy lindo. Bueno, con esto quedó más que encantado y minutos más tarde estábamos besándonos.
Me sedujo tanto que pareciera de 23, 24 quizás, y que tuviera en realidad 29. Y que fuera médico (las profesiones son, para mi, un salto cuántico). Me dije: “¡otra vez!”, cuando me hizo saber que era de Buenos Aires.
Se llama “J”, es medio petiso, asumo que su afección insinúa su rol (otro indicio fue la manera en la que escrutaba mi cuerpo, en especial mis bíceps), una sonrisa hermosa, vocecita tierna y una forma de besar que hasta ese momento no conocía: me tomaba como por arrebato, pero los besos eran breves, incluso indecisos. Me dijo, con elocuencia única, que le parecía hermoso, muy lindo, y fue la primera vez que pensé que por ahí, efectivamente, lo soy. También me dijo que estaba sorprendido de que el chico más lindo de la pista (yo) le diera bola. Dijo otras cosas más, pero esto, en particular, me resultó creíble. Casi terminando la noche me pidió que volviera al día siguiente… y eso hice.
Como él estaría con sus amigos, no me dedicaría tiempo exclusivo. Y esto era para mi un problema, puesto que yo iría solo. Convine, entonces, llegar algo más tarde, y aproveché para quedar con un chico que había conocido en la semana por el chat local. Otro que después de verme por webcam también me repitió que era muy lindo y bla bla. Entonces fui a la casa de este muchacho, que no es feo, pero que de seguro a mi amigo no le gustará. Se llama “A2”, 25 y vive solo. Se lo ve maduro y bastante autosuficiente, en el buen sentido.
Yo sabía qué era lo que podía pasar. Me dijo que me invitaría un baso con agua (no toma alcohol) y que a cambio yo debería pagar un “peaje”. Terminamos teniendo sexo. Yo, hiper exhausto, él, semienamorado. Con mucha gentileza me dejó bañarme y de ahí me fui al boliche.
Rápido me encontré con “J”; nos dispusimos a cruzar unas palabras cuando me crucé al autor del abandonado blog amigo Sal de allí, con el que hicimos algunas migas virtuales en estos años (su pareja es transformista y trabaja en este boliche marplatense, por temporada). “J” desapareció, y media hora después decidí ir a buscarlo.
No paso mucho más de esa forma extraña de besar. Acaso si me incomodé por no poder hablar de algo. Intuí que no había tomado sólo alcohol, pues tardaba mucho en responder, o a veces no lo hacía, sólo me miraba y reía. Luego me dejó solo para volver con sus amigos. Sentado, tan cansado estaba, me distraje mirando a “R”, uno de los “bitch boys”, que de pronto me reconoció y con cara de sorpresa se acercó:
-Qué haces acá, solito?
-Me dejaron solito.
-Venite, estoy con los chicos-. Y fui a pasar el rato con ellos
Más tarde, “A” me confesaba que ya me habían visto “acompañado” y por eso no se habían acercado.
Por un instante llegué a sentirme realmente saturado de todo, de la gente, de la música, de esa extraña situación, con porteños que había visto dos veces, a caso algo más de una hora. Y decidí terminar, irme. Saludé a todos y busqué a “J” para despedirme. Algo me dijo que tampoco él tenía tantas ganas de todo eso. Pero, muy gentil, me acompañó hasta la puerta y retrazó mi huida, con más de esos extraños besos, pidiéndome que si iba a Buenos Aires lo fuera a visitar.
Siento todas estas situaciones tan extrañas, tan ajenas a mi. Y es que lo son, por mucho que mi consiente y su pariente “el tonto” lo hayan deseado. Y por fin se me da, conocer a alguien que termina con mi mayor abstinencia desde mi inicio sexual y que me promete encuentros regulares sin compromiso; ligar con el chico más lindo del boliche; sentirme efectivamente lindo. Estos tres o cuatro días todo ha sido vértigo en mi vida (omito otras historias aburridas), yo, que siempre pedí que mi existencia no fuera tan aburrida. Digo, estoy conforme, no feliz ni alegre, conforme. Pero me falta algo, que viene de más profundo, y tiene que ver con mis padres. Ellos nunca se enteraron de nada. No tendrían que haberse enterado, pero ni preguntaron si saldría, si volvería o no, si porque estaba contento o qué me pasaba. Tener tanto que decir y que a nadie le importe. Ese es el dejo amargo de todo mi recuerdo
lunes, 26 de diciembre de 2011
Navidad problemática # 26
Supongo que el primer gran desafío, luego de la muerte de mi hermano, era la Navidad.
Hemos estado hablando algo con mi psicóloga sobre ello. Me explicó la importancia de esta fecha, me habló de la energía circulante de estos días (me dijo cosas que no recuerdo, pero creo haber asimilado el concepto). Solo, luego, me pregunté si mi rechazo visceral por esta festividad en particular era real. Me propuse ponerle onda. Esta sería una Navidad distinta, la primera del resto que nos toque vivir.
Al principio no sabía bien qué iba a ocurrir. Tradicionalmente, las Fiestas se pasan en esta casa porque es amplia. A veces vienen parientes. Siempre se cocina mucho.
Esta vez, algunos de los de siempre avisaron con tiempo que no vendrían; los otros no se habían pronunciado hasta ayer. Hace un día o dos me enteré que el plan original de mi mamá era acostarse temprano, pero recapacitó. Recién el 23 se animaron a hacer las compras para la mesa (antes, como siempre, se habría comprado todo por lo menos dos semanas antes); Navidad estaba tomando forma.
En la víspera se ultimaban detalles. Yo llegué bien tarde a casa, con el tiempo casi justo para bañarme y sentarme a la mesa. Y fuimos, nomás, los que quedábamos vivos y un tío: 4 en total.
Y fue un desastre. Faltando más de una hora para las 12 se habían agotado todos los temas. Mi mamá se torturaba (tiene una forma particular: se frota los dedos de las manos; ahí yo ya sé que piensa en mi hermano) con la mirada fija en la mesa; yo moría del sueño; mi tío suspiraba a causa de la molestia de su vientre abultado. Mi papá al fin se rindió, y concentró su mirada ausente en el televisor. Por momentos, casi turnados, todos nos dispersamos: no sé para qué se levantaron los otros, yo lo hice para fumar un “puchín”, a ver si así podía remarla.
Y dieron las doce y… bueno, abrazo a papá, abrazo al tío, y cuando llega el de mamá todo se fue al diablo. Se puso a llorar desconsoladamente.
Diría que lo entiendo, pero… no. Yo soy el hermano del muerto; en esta vida nací con pito, nunca nadie saldrá de mi interior. Será por mi real convencimiento de que la muerte es sólo una metáfora… no lo sé, mi madre no lo entiende, y yo no la entiendo. Y puedo ver que su camino hacia la Verdad -uno largo y duro, por cierto- recién se inicia. Estas, sus lágrimas, a menos de tres meses, son tan sólo las primeras.
Cuando entreví que se calmó un poco me fui a buscar sus regalos. En esta casa nunca nadie ha hecho regalos navideños. Quizás yo sí los hice alguna vez, pero eso en sí mismo es tan extraño que puede que sea una fantasía mía y no un recuerdo auténtico. No sé porqué tenemos estas prácticas… con el deseo inmenso que tengo de que alguien me regale algo sin que yo lo pida.
A mi mamá le regalé un perfume. Era eso o una pulsera. No sabría que otra cosa darle. Igual que a mi papá: le compré un CD de Vicentico. Son tan herméticos mis viejos. Quizás realmente sí fueron regalos de mierda, que bien caros me salieron ahora que no trabajo: mi mamá simuló que le gustó, pero me pidió que lo saque de su vista (así lo interpreto). Mi papá fue más honesto. El CD sigue en el mismo lugar en que lo apoyé para que lo viera hace más de 24 horas. Dudo que sepa de qué o quién trata, ni siquiera le quitó el envoltorio.
Alguien me ha dicho que debo dejar de esperar nada de los demás. Pero me duele. No por el dinero; es la reacción. Realmente, nunca nadie que me quiso me regaló algo para Navidad. Realmente no esperaba que en esta ocasión fuera distinto. Pero que me hagan esto… yo entiendo que se les murió un hijo, pero a mi se me fue antes de tiempo un hermano. Ellos se tienen a sí mismos, pero yo no tengo a nadie. Y un día ellos también morirán y mi sentimiento de soledad será efectivamente real. Creo que mi situación no es mejor que la de ellos. No me quejo, pero pongo voluntad.
O quizás yo sea el culpable, un estúpido infeliz que no tiene la capacidad de comprender que nada de lo de ellos se puede comparar. Feliz Navidad.
martes, 18 de octubre de 2011
Nunca más volverá
Hoy entré a su pieza y caí en la cuenta de que nunca más volverá. Entré buscando algo, no sé qué. Empecé a revolver sus cosas y en un cajón, debajo de una carpeta había una foto suya junto a mi mamá. Mi hermano había guardado una foto en la que abrazaba a nuestra mamá, ahí. Y yo la encontré. No lo esperaba. Con mi hermano no teníamos mucha comunicación, y desde el momento que comprendí que me respetaba yo dejé de invadir su privacidad. No tenía forma de imaginar que entre sus cosas guardaba una foto junto a la mujer que más amó. Y yo la encontré allí. No la vió nadie más antes que yo. Y no fue la foto, fue mi hermano quien allí la dejó y yo la encontré. ¿Entienden? En este momento no paro de llorar. Creo que por fin llegué a la tristeza, a darme cuenta que jamás volverá, que se fue, que abandonó una vida a poco de haberla iniciado. Supe y sentí todo esto al darme cuenta que sus cosas estaban acomodadas a su manera, una que lo espera al final del día para que las vuelva a ordenar. Pero eso ya no ocurrirá. Mi hermano dejó una foto guardada y nadie más la vio después de él. Nadie más que yo, hoy.
sábado, 15 de octubre de 2011
La desgracia que golpea a nuestra puerta
Uno piensa que estas cosas le suceden a los demás.
Hace menos de una semana murió mi hermano. Fue todo muy sorpresivo: un día cumplió años, dos días después chocó con su moto, y a las semanas su corazón dejó de latir. Tenía un año menos que yo.
Hoy no tengo tantas ganas de hablar de él. Supongo que al pasar los días, los meses, nos iremos acostumbrando a su ausencia. Aprenderemos a convivir sin él, porque de eso se trata: llevar esta marca en nuestros corazones para toda la vida.
Desde luego, mis energías ahora se concentran en apuntalar a mis padres.
Por mi parte, me suceden cosas extrañas. No siento dolor. No es que me encuentre insensible. Por momentos me emociono mucho y, claro, lloro. Pero me sorprende que ni mi llanto ni lágrimas son de dolor. Es muy extraño. Yo he vivido un ataque de pánico y he sentido el dolor en el corazón por la angustia. Pero hoy no me duele nada de eso. Es como que tengo muy claro que mi hermano siguió y sigue su camino de Evolución, que nada ni nadie lo habría detenido. Quizás algún día lo comprenda mejor y me quite la culpa de no sufrir. Al menos he tenido la oportunidad de decirle que lo amo, mientras estaba en coma en una cama de hospital; creo que eso tiene mucho que ver en cómo me siento ahora.
Mi vida y la de mi familia se ha detenido. Mi papá al menos volvió a trabajar y a tener su mente un poco más ocupada. El caso de mi madre es distinto y eso será un capítulo aparte para todos.
Yo abandoné en la práctica el departamento que ocupo en el centro. Me queda el alquiler de un par de meses más, pero es en casa de mis padres donde duermo hace casi un mes. También dejé la facultad; tanto ir y venir, de médicos y hospital, rezos y familia, angustia y no sé qué otras cosas pudieron más que mi concentración, pero no tanto como la culpa (sí, ella otra vez).
Trabajo: hacía un mes que estaba desempleado al momento de la primera desgracia, la del accidente. Y hoy siento que mi mamá necesita mi compañía, o al menos no me atrevo a dejarla sola. Aunque veo que eso será inevitable en la proximidad. Mis cuentas ya están en rojo; y a pesar de una serie de reflexiones, de corte ecologista-espiritual-revolucionarias de último momento (todas amparadas en el hastío que me producel eso que llamamos consumismo), nuevamente me invade la necesidad de disponer de dinero, naturalmente.
En casa, mi antiguo y nuevo hogar, me entretengo con tareas de jardinería. No tengo muy claro cómo seguirá mi vida. Ahora comienza una serie de cuestiones burocráticas que no podemos eludir referentes a la muerte de mi hermano. Planeo preparar al menos un final para la facultad y comenzar a pensar en buscar trabajo. Tengo en la cabeza el tema de mi cuerpo, de mi aspecto físico: empieza el calor y me siento incómodo con poca ropa. Desde el último verano no he engordado tanto. Pero bueno, ya saben.
Por ahora eso.
Nota de color: en el velorio me reencontré con Pini, mi ex. Estaba en Mar del Plata cuando se enteró y quiso verme. Hacía por lo menos dos meses que no teníamos contacto alguno. Y allí nos abrazamos largamente y me dejó llorar en su hombro. No se quedó mucho tiempo, pero el que estuvo se la pasó acariciándome. Me dijo que me quería y que al igual que yo, me había extrañado mucho y que siempre estaría a mi lado. Por supuesto, ni bien lo vi reafirmé que aún lo amo y lo haré por mucho tiempo. Cosas de la vida.