lunes, 15 de marzo de 2010

Por el carril derecho una avenida londinense

Si ustedes están cansados yo lo estoy más, de verdad.
Voy a volver a hablar sobre Gabriel, y esta será, en lo que de mi dependa, la última vez que lo haga de esta manera.
Hace tres meses me separé de él. Fue todo muy raro: un día le dije que sentía que nuestra relación iba a no sabía dónde, y para mi sorpresa él me dijo que sentía lo mismo. Fue una sorpresa porque, a diferencia mía, él había guardado esa sensación dentro suyo por mucho tiempo, al punto de traicionarse y no decírmelo. A los pocos días quedamos en que ya no seríamos más novios, pero tampoco amigos... por el momento amigovios. A los pocos días me llama y me dice que esta situación no lo dejaba tranquilo y que prefería que seamos simplemente amigos. Para esta altura ya todo estaba fuera de mi alcance, por primera vez las cosas seguían su rumbo y mi mano no intervenía en absoluto. Recuerdo que después de esa llamada le envié un mensaje diciéndole que no quería verlo por un tiempo. Porque necesitaba pensar, más por el dolor de sentirme abandonado y no poder haberlo abandonado primero, o ser más buenos el uno con el otro y abandonarnos simultáneamente. Antes de cumplir una semana de aquel episodio me llama para decirme que podía pasar a buscar algunas cosas que él tenía. Me extrañó que fuera el mismo Gabriel quien había hecho caso omiso a mi pedido de no saber nada de él. Quedamos entonces en vernos al día siguiente. Con mi ilusión a cuestas, ese día me dijo que ya estaba de novio, con un chico con el que mantenía conversaciones desde hacía meses, que de mi se había separado mentalmente hacía mucho, que me tenía lástima. Eso dijo, y yo no logré entender, hasta el viernes, tanta hipocrecía, tanto engaño, tanta inmadurez, tanta maldad.
Desde ese día pasaron 3 meses, tristeza y confusión, pasó el Profe y otros fracasos, algunas distracciones y más ilusiones. Pero a Gabriel nunca lo quité de mi cabeza.
Antes de ir a ver Alicia en el País de las Maravillas y de agobiar con flores a María, cenando con una amiga me dispararon la pregunta más brutal de mi vida: ¿Hasta cuándo pensas esperarlo? Y emnudecí, literalmente.
Al día siguiente hablé con otra amiga y le conté lo sucedido. Le expliqué las razones de mi espera, y terminó por instarme a buscar la respuesta, a dar por finalizada mi tragedia, a jugarme por mi mismo.
Con mi decisión al hombro finalmente volví a admitir a Gabriel en el Msn y le pregunté si seguía de novio. Eso le molestó y se negó a responder. Me fui, pero volví al rato para decirle que debía hablar con él con urgencia. Gabriel se asustó, pensó en él mismo cuando me llamó para preguntarme si estaba enfermo, más específicamente si tenía Sida.
-No tengo Sida, pero necesito decirte esto mañana, a la cara-, y accedió.
El viernes fui a verlo. Estaba con la marica que lo secunda para todos lados, aquel que puedo jurar que complotó para dar fin con nuestra relación desde el principio. Se despidió de él y le pedí ir al hall de su casa, para hablar más tranquilos.
Ya sentados le volví a repetir que no tenía Sida; pero sí pena, que no entendía lo que había ocurrido entre nosotros. Que no me explicaba lo rápido de nuestro desenlace, que no se haya preocupado por mi desde aquel día, que se haya puesto de novio tan rápido. Le dije que no me entraba en la cabeza que no me haya dicho que le sucedían estas cosas desde hacía mucho, que no haya querido hablar. También le dije que me sentía culpable de todo esto, que estaba arrepentido, que por nada lo odiaba o estaba enojado, sólo eso, que no entendía por qué.
Le pregunté si ya no le pasaba nada conmigo. También le dije que yo lo seguía amando, que no había pasado un sólo día sin pensar en él. Y lo dejé verme llorar.
Gabriel me dijo que sí seguía de novio, que ya me había olvidado, que en su cabeza había otras prioridades, que era felíz. Me dijo que yo también debería intentar ser felíz, recordar lo nuestro como una linda experiencia que había terminado. Me dijo que a esta altura veía con dificultad la posibilidad de ser amigos.
-Ser amigos es algo que sé que no va a acurrir desde hace mucho. Decime, ¿tanta lástima me tenés que no pudiste decirmelo antes?
Con mucha sinceridad, en sus ojos y en el tono de su vos, me dijo que sí, que me tenía lástima, por ser una persona triste, negativa y pesimista. Algo muy loco: en mi vida me dijeron muchas veces que me veían triste; jamás como un hombre negativo, o pesimista.
Me fui. Sin saludarlo ni mirarlo a los ojos. Ya lo eliminé de mi Msn, y no lo tengo en ninguno de mis contactos. En poco más me estaré deshaciendo de otros recuerdos.
El sábado, escribiendole a mi amor platónico de BA, no pude evitar derramar algunas lágrimas que pronto corrieron como cataratas por mi cara. Luego de tres meses, de tristeza y confusión, del Profe y otros fracasos, algunas distracciones y más ilusiones... me permití llorar de nuevo como hacía mucho no lo hacía, y con ese llanto comenzaba, de una vez por todas, mi duelo y mi soltería.
Quizás no lo imaginen, pero me siento viajando por el carril derecho de una avenida londinense.