martes, 24 de mayo de 2011

3ra entrevista con Adriana, mi psicóloga

I

Hoy tuve mi tercera entrevista con Adriana, mi psicóloga. En la primera me dejó presentarle mi crisis. En la segunda hablamos un poco de mis padres y me dio un abrazo.

-Sí, te paso el número, pero te tengo que advertir… No es una psicóloga tradicional-, fue lo que me dijo Rebeca, una amiga, quien fuera paciente de ella. Si alguien lee esto se preguntará por qué ellas no siguen viéndose. Presumo que por el precio. Adriana cobra… el valor módico de su servicio por cada encuentro. Y se ha preparado por años para ello.

Adriana es terapeuta social. No sé qué es eso, yo sólo fui buscando ayuda. Además, y quizás principalmente, trabaja con el calendario maya, con terapia floral, reiki y otras cuestiones. Yo no fui buscando nada de esto último, pero tampoco me he resistido, pues lo que necesito es ayuda; además nunca le fui esquivo a lo esotérico.

Hoy empezamos la conversación con un “cómo estás”. Y le dije que estaba angustiado, que así había sido mi semana. Tuve que hablar de mis padres, una de las razones principales de mi estado, por lo menos en la semana. Le conté cuánto extraño a mi papá y que no había obtenido respuesta ante mi “llamado en voz baja” de afecto.

Esquivé el tema de mi mamá. Quizás su indiferencia la tenga más internalizada.

Me preguntó sobre mi homosexualidad. (Y ahora recuerdo que me dijo que su hermano también es gay, pero esto no me importó más que en el minuto en el que me lo contó) Pusimos sobre la mesa una serie de “impresiones” acerca de lo que ser homosexual significa, y creo que adhiero en la mayoría. Le dejé claro, y quizás por eso agotamos el tema con rapidez, que para mi es algo natural, que excepto mi papá, que no me lo pregunta (pero lo sabe igual), todos tienen conocimiento de lo que soy, que no lo oculto, que lo disfruto.

II

Al principio sentí ganas de llorar. Sólo al principio.

Después de dejarme hablar un rato se predispuso a prepararme mi “esencia floral”, para la angustia. Ya me lo había prometido la semana pasada. Sería para que estuviera contenido, puesto que ahora que estaba en vacaciones viajaría (viajaré, efectivamente), y sería bueno para mis días en Buenos Aires.

Cuando dejó de contar gotas para mi le pregunté cuál era el sentimiento opuesto al de la angustia (ya me había explicado en qué consistiría este tratamiento). Y me respondió algo que terminaría por convertirse en aquello que me llevaría para intentar desglosar hasta la próxima vez que nos veamos. Apenas van tres encuentros, pero de todos ellos me he llevado asuntos-cuestiones-puntos a analizar. De algunos me he ocupado más o menos. De ninguno me he olvidado.

Esta vez me dijo lo siguiente. Para empezar casi termina por interrumpir mi pregunta. Se disculpó indicando que se trataba de una impresión que le vino en el momento y que si no me lo decía en ese instante luego se olvidaría. Se trataba de algo que ya venía pensando desde los encuentros anteriores. Quizás en palabras no pueda yo expresar tanto como lo que sentí cuando me lo dijo. Para mi ha sido una gran impresión y es algo que he de pensar. Me dijo que cuando me veía sentía que estaba ante alguien escondido detrás de una apariencia; que había un gran potencial mío para “algo” que no explotaba o por temor o alguna otra cosa negativa. Me dejó en claro lo del potencial, para algo…, como una semilla que encierra grandes atributos, pero que aún no ha eclosionado. Yo soy una semilla de una planta fabulosa, pero semilla todavía. Y lo más extraordinario es que se trata de una semilla de no se qué.

También me dijo que sería bueno que me de un gusto que yo quiera. Que me estoy privando desde hace tiempo. “Independientemente de tu pareja”, dijo. Y lo primero que pensé es que me daba su aprobación para acostarme con alguien que yo quisiera y que no fuera Pini. Pero creo que no entendí. La miré como pidiendo más, pero no dijo nada. Y no sé a qué se refiere. Yo hoy quería ir a bailar, pero no tengo con quien. Creo que me quiso decir algo más personal, algo que dependiera sólo de mí.

III

Para terminar quise hablarle de lo ocurrido con Ezequiel esta semana.

Le conté que era un chico que había conocido hace un año en la facultad. Que me había portado mal con él. Que yo sabía que le gustaba y que de eso me había aprovechado. Que luego había sentido miedo de comprometerme y que finalmente lo había dejado solo y sufriendo. Que me había arrepentido se lo dije y que también le había pedido perdón. Le dije, sobre todo y a pesar de, que me gustaba. Pero que las últimas veces que nos habíamos cruzado él me había evitado. Le conté que Ezequiel me fue a buscar un día a la salida de mi trabajo para tomar un café.

Le dije, básicamente, que no entendía para qué había hecho eso. Se lo comentaba porque me parecía curioso que el mismo día de nuestro segundo encuentro, en dónde me había hablado de los karmas y demás, ese mismo día estaba Ezequiel hablándome de que tampoco entendía muy bien para qué estaba sentado delante mío, porque realmente no quería reanudar el vínculo. Seguro estaba, eso sí, de que quería saber cómo estaba yo, pero no tener noticias mías seguido. “Vos y yo no podemos ser amigos, y los dos sabemos por qué”. Me dijo que no me había saludado las veces anteriores porque estaba muy enojado conmigo y eso fue una gran sorpresa para mi. Pero que el enojo ya se le había pasado; se había dado cuenta de que no le sirve alimentarse de lo malo, que sólo de lo bueno puedo vivir. Esto mismo que escribo se lo dije a Adriana, y ella dijo que era increíble la gran madurez evolutiva que había en su ser. Y yo no pude resistirme a hacerle saber que Ezequiel también se veía con una terapeuta, y que ese concepto de la vida no pudo haberlo elaborado solo. No sé, me sentí menos.

Ante mi desconcierto me dijo que, al menos, yo ahora sabía eso de que él estaba enojado y que ya no lo está más. Y que las veces próximas en que nos encontremos podremos saludarnos y aquello que nos ligaba con más fuerza al pasado ya no sería tanto. Que eso era lo bueno de todo esto, que al menos en ello debía pensar.