domingo, 9 de mayo de 2010

Facundo (II)

Tengo un conocido que tiene la costumbre-oportunidad-suerte de, ocasionalmente, encontrarse en los baños del Shopping a gente desconocida; con las cuales no median palabras, apenas miradas fijas; dónde la condición es la atracción (o las ganas) y estar de acuerdo, obvio. Esta práctica me parece algo rara, encierra todo el morbo de ser vistos, por ejemplo. Además de todo lo que implica el baño público. Y es fácil: se miran, se ponen de acuerdo, disimulan y terminan masturbándose el uno al otro.
Era evidente que Facundo me invitaba a esto aquel día que lo vi. De ninguna manera, aquella vez, hubiera aceptado tal cosa. Pero encontrarme frente a tal situación no pudo menos que dejarme sin reacción inmediata, y sólo me quedé mirándolo sin pensar en nada, sin poder hacerlo.
Pero a mí siempre me salva el timbre que indica que el recreo ha llegado, justo cuando doy lección. Entraron unos chicos floggers, ruidosos por demás. De pronto volví a la realidad y me fui casi corriendo. Habré pensado tontamente que Facundo saldría por atrás, me detendría: ¿me pediría perdón?, acaso un “no te vayas” o “yo te conozco”; en casa pensé que he de ser muy romántico… pesar que Facundo saldría del baño… Si lo hacía no iba a ser para decirme lo que quería escuchar.
En la entrada me encontré con Horacio. Antes de saludarme me increpó con que dónde estaba. Y me puse mi traje de víctima y le dije que tenía frío, y que me había cansado de esperarlo, que entré en el Shopping para hacer tiempo. Todo esto mientras, agarrado de un brazo, lo arrastraba con disimulo a no sé donde, yo sólo quería alejarme de ese lugar. No creo que el pobre lo haya notado, pero no paré de pensar en la situación en toda la tarde.
Cuando llegué y casa y me conecté, con plena intención de despejarme, encuentro que en el msn alguien me había agregado. No podría olvidar esa cuenta de correo. No era la de Facundo, aquella con la que nos habíamos conocido. Era la de Matías…; digamos, la cuenta-trampa de Facundo. Yo la conocía porque muchos chicos con los que he hablado conocieron a Facundo por Matías… Quien conocía a Matías no conocía a Facundo; quien conocía a Facundo podía conocer a los dos. Yo conocí a Matías mucho después, y sólo de nombre. Matías era para coger, para dar el espectáculo de los músculos tatuados y ese mito de los más de 20 cm, que parece que no son tantos, aunque sí muchos. Ojo, Facundo también cogía, sólo que prefería hacerlo como Matías.

Agregué a Matías. Después de media hora me habló:

F: Pensé que habías cambiado.
G: ¿Perdón?
F: Sí; además tampoco perdés la costumbre, esa de esperar a que te hablen primero. Igual algo cambiaste… te pusiste más lindo.
G: ¿Quién te pasó mi correo?
F: ¿Cuándo nos vemos?

Todo era muy loco. Facundo, Matías… mi primera y única obsesión (espero que la última) volvía a querer hacer ruido en mi cabeza. Tanto que me había costado olvidarme de él, ahora no sólo demostraba haber dejado atrás su enojo sino que me recordaba con varia precisión. Y me preguntaba cuándo nos vemos.