martes, 5 de mayo de 2009

Querido Alberto

Extracto del último mail a mi amigo Alberto.

"En este ir y venir de mails, detesto cuando me mueve una necesidad.

"Tengo un mail a medio terminar, desde hace más de una semana. Pero ya pasó agua bajo el puente y no tiene sentido que te cuente de qué venía.

"No sé cuál será la extensión de este. No sé si tengo apenas ganas de escribir. Voy a tratar de decirte todo lo que quiero.

"Finalmente dejé el trabajo. Había mandado la carta de renuncia tal como Conny me lo indicó. Parece que se había olvidado de lo que me dijo, pues una semana antes de irme me llamó para hablar. Me asusté. Pensé que había descubierto que me porté mal (subiendo la escalera ya armaba excusas). Por suerte no fue así. Conny se había armado todo un discurso halagüeño para pedirme que me quedara, en vez de 6 horas 8. Pero no la dejé calentar la garganta que le dije que no, (muy enfático pero amable y encantador) le dije que mi decisión ya estaba tomada, y un poco dibujando mi decir, que quería irme. Que lástima, me dijo. Porque yo había pensado que bla bla bla. Lo disfruté, eso de dejarla con las ganas, sabiendo que esta vez ella había perdido. Luego le dije que hacía apenas un día había mandado el telegrama de renuncia. Para qué. Su decepción fue mayor, al punto se sentir el aliento de la culpa en mi nuca. Me repuse rápido. Tanto como ella, que no perdió el tiempo y se apuró a decirme que me podía arrepentir (de la carta) y algo así como que si lo hacía ella estaría muy contenta. No Conny, lo lamento pero no. Ya terminando, hizo un último intento, y me preguntó porque no podía/quería seguir trabajando. Y le mentí: le dije que tenía en mente el inicio de otras actividades y demás cosas. Insistió en saber de qué se trataba. Y dije un poco la verdad, entre otras cosas que mi novio estaba enojado porque pasaba poco tiempo con él. Elegí esa respuesta en parte porque era verdad; y por otro lado porque nunca me terminó de quedar en claro si ella lo sabía (eso de ser gay). Verás, querido Alberto, que todavía me encuentro en esa etapa de “¡¡¡SÉPANLO TODOS: SI A MI NO ME JODE A USTEDES MENOS!!!

"Fin de la historia. Me quedan cosas en el tintero, pero ya será hora de abandonar el tema, en mi blog y en mis mails. Tenía planeado postear un cuento. No sé, esta por la mitad. Esta contado en primera persona por una chica que entró a trabajar el día que yo abandonaba la librería. Empezó bien (el cuento), pero no tengo ganas de seguir, y cuando es así soy capaz de inventar mil excusas. Si no lo publico, te adelanto lo que tengo hasta ahora. La idea es que me morí, para Palito, por lo pronto. Es mi forma de irme y terminar como corresponde. La idea de la muerte es muy tentadora. No concibo la vida sin la muerte, y tengo que volver a nacer para retomar las riendas de mi vida. Acá lo que tengo:

"Hola. Mi nombre es Paula, como el libro de Allende, ese tonto en sepia que me mira la nuca cuando atiendo. Entré a trabajar a la librería donde trabajaba Gustavo, el mismo día que murió.

"En el Hospital las demás chicas (aquella que se encontraba en el momento del “accidente” y otra que llegaba a esa hora) aguardaban al médico responsable. Lo llevamos en una ambulancia que esperó frente a la catedral, justo en la peatonal San Martín. Tratando de liberarse de la tensión de la espera, alguna de mis nuevas compañeras intentó un comentario pícaro que no tuvo mucho efecto: “Imaginen la cara de Conny cuando le digamos que tuvimos que pedir una ambulancia”. No entendí aquello de la ambulancia... ¡por Dios, un empleado había sufrido un accidente y ella hacía ese comentario, mientras mis compañeras asentían ausentemente! Pocos días después entendí que lo que realmente incomodó a la dueña fue lo de la ambulancia, no otra cosa.

"No llegué a conocerlo, y la verdad es que no tuve oportunidad de preguntar demasiado por él. Sólo cruzamos algunas palabras en las que nos descubrimos parecidos; fue todo muy rápido, efímero, solo 15 minutos de charla y ya habíamos intercambiado contactos.

"Estábamos incómodas, inquietas, nerviosas. No sé si fue por ese breve encuentro, pero sentía en ese momento que quien estaba en el quirófano era cualquiera menos un desconocido. Yo lo quería y estaba sufriendo por él. En el transcurso de una hora fueron llegando el señor de seguridad, que quedó encargado de cerrar el local (era lo que habíamos decidido arbitrariamente), y Ezequiel, que se encontraba en su día libre, pero se acercó igual de nervioso. Ellos eran un grupo, se conocían, se querían y se contenían. Alguien me vio sola, encerrada en mi pálido horror, y sin mucho preámbulo me incluyeron en ese grupo; sin darme cuenta alguien me abrazó, y pude al fin llorar.

"Recuerdo que me preguntó si ya me habían prevenido. Le dije, entre risas incrédulas, que solo un poco y le pregunté si era para tanto. Gustavo dejó de reír, no porque no tuviera ganas (el caos para él podía llegar a ser motivo de distensión, me dijeron, y ese día, como otros, todo era caos), sino para darle seriedad a su respuesta: Ya vas a ver, me dijo.

"[Acá me falta un párrafo que continúa al anteúltimo, porque es así: uno habla del antes, el siguiente del después, el que le sigue del antes… ¿se nota? ¿O es un mamarracho?]

"Estábamos en la cocina. Yo limpiaba el piso y él me miraba desde la puerta. Escuchamos un ruido fuerte que venía desde la planta baja. Gustavo se asustó, se preocupó, corrió por el pasillo y cayó. Una pila mal ubicada de libros fue a parar sobre su cabeza y esta golpeó con rencor el suelo."